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De las malas cortes reales a las peores instituciones estatales.

  • yosorep
  • 26 oct
  • 6 Min. de lectura
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Me parece un problema real y presente, el retorcimiento de la historia para justificar narrativas que mantengan un statu quo y normalmente no reconocer los cambios que pueden venir. En ese sentido ha servido para defender unos privilegios que normalmente están más cerca del nepotismo que de la valoración de la meritocracia.

 

La historia suele servir de ejemplo vivo de cómo debe actuar el ser humano si quiere afrontar con éxito los retos del presente. En ese sentido, el historiador Adrián Wooldridge ofrece en sus escritos y libros información e ideas en las que compara el auge del populismo actual con lo que ocurría en el siglo XVII, cuando Europa se vio sacudida por revueltas contra unas cortes reales convertidas en símbolos de corrupción, privilegio y desconexión.

 

Y sabemos cómo determinados hechos históricos relevantes como la revolución francesa trajeron cambios que si bien pudieron derivar en algunos aspectos futuros discutiblemente beneficiosos si dejaron claro que sirvieron para llegar a una situación de más de lo mismo…

 

De lo que podemos hablar hoy que se parece a lo que entonces teníamos era de la tensión entre la “Corte” y el “País”. Entre los poderosos y la gente común que desató guerras civiles y un cambio profundo en el equilibrio de poder. Provocó un movimiento amplio del péndulo, que si bien no se ha revertido nos confirma que en un extremo del reloj del mundo, ese péndulo da la misma hora en la que el nepotismo y el clientelismo no ha terminado de ser sustituido del potencialmente más democrático aunque también discutible mérito.

 

Pero la analogía que propone Wooldrige encaja sorprendentemente bien con nuestros tiempos. Hoy, la “Corte” ya no está formada por nobles, sino por una Administración pública hipertrofiada, organismos internacionales, grandes corporaciones y universidades convertidas en feudos ideológicos. La maquinaria del Estado ha crecido como un Leviatán moderno: gasta más de lo que produce, se reproduce a sí misma con puestos innecesarios, practica el “amiguismo” y multiplica los niveles de regulación hasta el punto de paralizar su propia eficacia.


Al final sigue siendo los mismos que apoyaron la revolución y muchos de los que religiosamente apoyan el sistema los que sostienen el sistema con una recaudación impositiva que bate récords históricos. Mientras en la Unión Europea, la presión fiscal supera ya el 40% del PIB, en España los ingresos por impuestos crecieron un 50% en la última década, pese a que los salarios apenas avanzaron. Ciudadanos y empresas acaban asfixiados para mantener una estructura cada vez más costosa e ineficiente. Si las personas tuvieran algo de mirada crítica y se ocuparan de ver los presupuestos, cuando estos existían, verían que siempre están en modo “esto no ha hecho más que empezar”.

 

Otra de las señales de hoy está teniendo respuesta en los jóvenes. A quienes se le acusan por denunciar sus problemas y perspectivas, como los pobres que formaron las barricadas en París de 1.789. El malestar social se amplifica mientras los jóvenes viven atrapados entre salarios bajos, vivienda inalcanzable (con precios que en España superan 8 veces el sueldo medio) y un horizonte incierto. Son quienes deben sostener con sus impuestos un sistema de bienestar diseñado para otra era, cuando la pirámide de población era eso, una pirámide, con muchos trabajadores jóvenes y pocos jubilados. Hoy, esa figura se parece más a una torre en el mejor de los casos, mientras evoluciona a una peonza, en la que cada generación tiene casi el mismo tamaño y la base ya no puede sostener el peso de las capas superiores. La frustración no es solo económica, sino política y buena parte de la juventud siente que el sistema ya no les ofrece salidas ni representación, lo que alimenta la búsqueda soluciones personales fuera del país cuando la solidaridad de sus mayores brilla por su ausencia, generando una brecha generacional cada vez más insalvable. La mayoría de sus mayores están aceptando sin vergüenza un 60% más de lo que “el sistema les debe”, al menos en España, y en el mejor de los casos calla, cuando no sigue votando por los reyes interesados de este estatu quo PPSOE.

 


Ya estamos viendo que este asunto no es solo de España o Europa y que remojar nuestras barbas puede ser infructuoso en muchos casos como ha ocurrido recientemente. Desde Marruecos hasta Nepal, Madagascar, Kenia, Indonesia o Bangladesh, vemos una ola de protestas con sentido contra las élites envejecidas y desconectadas.

 

 Los jóvenes ya no creen en promesas vacías ni en sistemas diseñados para beneficiar a los de arriba, ya sean los dirigentes o sus mayore. Reconocen las mentiras en los hechos que le rodean. Están más cerca de la realidad porque la realidad les lastra.


 

Hasta los marroquíes se rebelan contra el despilfarro en estadios para el Mundial mientras la sanidad y la educación se deterioran; porque saben que la sanidad y la educación es uno de los problemas que supone la punta de un iceberg profundo que no decrece por el cambio climático.

 

En lugares como en Katmandú, los “nepo kids”, los hijos privilegiados de la élite, se convirtieron en el símbolo de la rabia juvenil; en Kenia y Bangladés, las marchas forzaron incluso la caída de gobiernos. Es el mismo grito: la “Corte” vive en lujo de espaldas a la realidad. No quieren verla, la desmienten y retuercen, mientras el “País” no llega a fin de mes, escondido en la ley de los grandes números.

 

A todo esto, se suma la revolución tecnológica de la inteligencia artificial, que amenaza con alterar la estructura laboral de forma radical. Eso no les interesa a los gobiernos, y como el inmobiliario, las pensiones y otros muchos problemas, es como una burbuja que espera le pinche a otro.

 

Si las informaciones de los expertos se confirman, encontraremos un problema con el paro, que se multiplicará por cinco o pasará del 20% cuando la IA se desenvuelva somo se espera. Y junto al problema de las pensiones tendrán que resolverlo con el dinero que no tienen. Y tendrán que sacarlo como solo saben, porque como siempre, no han querido oír el problema mientras siguen sacando dinero del sistema.

 

 

Si los gobiernos no reaccionan con visión, muchos empleos intermedios desaparecerán y la desigualdad se agravará. En lugar de reinventarse para adaptarse a esta nueva realidad, los Estados parecen obsesionados con mantener un modelo caduco, costoso y cada vez más ineficiente, en el que encima han promovido perversos incentivos como las pagas, las bajas laborales y las falsas pensiones de incapacidad, cuando no la sustitución de productividad por volumen de trabajadores ineficientes que ahora no resuelven el problema. Lo enmascaran.

 

El descontento con “la Corte” formada por la élite política, burocrática y corporativa se extiende y alimenta el auge del populismo. Ellos mismos están interesados en mantener un enfrentamiento que con falacias narrativas mantiene un cuerpo fanático de defensores que ya quisieran las cruzadas de hace mil años.

 

 Las sociedades se polarizan y los ciudadanos buscan respuestas fuera del sistema, igual que lo hicieron en su época la gente del campo y los “puritanos”, que encarnaban a los trabajadores más austeros, los cansados de la corrupción, el lujo y el despilfarro de la corte hace cuatro siglos. Ayer fueron ellos, hoy son los jóvenes, que si bien no tienen nuevos mundos que colonizar, si tiene más opciones en otros países donde pueden trabajar para sí mismos y su futuro.

 

La lección histórica fue clara entonces y los países que reformaron su estructura de poder y limitaron el tamaño de sus cortes, como Inglaterra y Países Bajos, prosperaron y fueron los nuevos países que acabaron por dominar el mundo, mientras que los que las mantuvieron intactas, como España o Francia, acabaron en crisis o revolución. Hoy estamos en un punto similar. Si no reducimos el tamaño del Estado, si no reequilibramos la relación entre el centro y la periferia, entre los que gobiernan y los que producen, la fractura social y política solo se profundizará.


Francia ya tiene problemas....

 

El pasado no se repite, pero rima, frase atribuida a Mark Twain, encierra al menos una verdad que debería hacernos pensar y tener en cuenta, sugiere que los eventos históricos no se repitan exactamente, pero comparten patrones, ritmos o estructuras similares.


Aunque cambien los actores y los contextos, la naturaleza humana y las dinámicas sociales tienden a generar ecos del pasado... Y cada vez más, entre protestas juveniles que se multiplican en todo el mundo y la desconexión de unas élites que viven en su propio palacio de cristal, el eco del siglo XVII me suena inquietantemente familiar.

 

Interesantes ideas sobre las que escribe Wooldridge que combina el rigor histórico con una mirada crítica sobre el presente. Un presente que cada vez corre más rápido en sus cambios hacia el futuro.

 

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