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El Pikettismo y la revuelta de los mandarines. Reflexiones desde Taleb.

  • yosorep
  • 9 nov
  • 7 Min. de lectura

 


Thomas Piketty, economista francés de corte marxiano, escribió un ensayo sobre el capital, El capital en el siglo XXI. Una obra del año 2013. cuya tesis central es que la tasa de retorno del capital (r) suele ser mayor que la tasa de crecimiento económico (g), lo que lleva a una acumulación creciente de riqueza en manos de unos pocos. La consecuencia de ello para el es que si no se regula, el capitalismo genera desigualdad estructural, similar a la del siglo XIX. Y su propuesta: impuestos progresivos y un impuesto global sobre la riqueza para frenar esta concentración.


Ya en 2019 escribiría Capital e ideología , cuyo enfoque es que la desigualdad no es solo económica, sino también ideológica y política. Para ello examina sistemas desde la esclavitud hasta el neoliberalismo, mostrando cómo las ideas justifican la desigualdad. Y concluye que la lucha contra la desigualdad requiere cambiar las narrativas que la sostienen.


En el plantea una serie de ambiciosas y agresivas afirmaciones sobre el alarmante aumento de la desigualdad en el mundo, y cómo la falta de redistribución como de expropiaciones puede hacer que el mundo se venga abajo. Para N.N. Taleb, confirma de una manera manifiestamente errónea su teoría sobre el aumento de la tasa de retorno del capital, alejada de la realidad de la economía del conocimiento y la práctica de la inversión en bolsa.


Todos hemos visto como el mundo ha mejorado y cualquiera que haya leído a Rosling lo sabe. El afirmar que la desigualdad cambia de un año a otro manteniendo siempre a las mismas personas en la parte alta debe al menos demostrarlo. Y entre mis apreciaciones, si algunos permanecen en lo alto, en lo muy, muy alto, son los que me parece marcan los incentivos de Piketty y le señalan la narrativa.


Pero para estos pseudoeconomistas que tienen una corte de seguidores no es necesario apostar nada por sus teorías. En este sentido, sus teorías no necesitan demostración y pasan con mirada de soslayo por la posibilidad de cualquier refutación. Tienen incentivos antes que rigor suficiente para expresar lo que consideren por muy alejada de la realidad o la verdad que estén. Piketty considera que no necesita hacerlo para defender su teoría, quizás por su incapacidad de entender la realidad y la economía con sus aspectos dinámicos. Lo suyo no son las matemáticas ni los datos. Pero sabe narrar. Lucha contra la narrativa que dice sostener los sistemas contra los que lucha con solo eso, otra narrativa. La suya.



Una refutación técnica desde un punto de vista de la complejidad y la probabilidad.



Tanto el como la gran mayoría de economistas no están familiarizados con la desigualdad de la que hablan. Esa desigualdad no es más que la desproporción que presenta el papel de la “cola”, donde se encuentran los ricos dentro de una distribución. En este sentido, cuanta más desigualdad haya en el sistema, cuanto mayor sea la posibilidad de que un ganador se lo lleve todo, más lejos quedarán los métodos de cola estrecha en los que han sido entrenados los economistas.


El proceso de acumulación de la riqueza está dominado por el efecto todo para el ganador. Toda forma de control del proceso de la riqueza instigada por burócratas tiende a legitimar a los individuos con privilegios. Por lo que, ya sabemos lo que está realmente proponiendo Piketty con sus ideas: más de lo mismo. La solución pasa por la destrucción creativa que permite que el sistema destruya a los más fuertes, que funciona en países menos intervencionistas.


En cualquier caso, Piketty no experimenta ninguna desventaja en su vida, por el contrario, la desigualdad los lleva a unos peldaños más arriba en la vida, porque ellos no se juegan la piel desde sus puestos de funcionarios. Es la persona típica que gusta de teorizar con una falsa solidaridad mientras consolida sus propios privilegios. Recuerda, pregúntate siempre por los incentivos de quien opina.


Nota de Taleb (complicada): si el proceso es de cola ancha (Extremistán), la riqueza se genera en la cima, lo que significa que un incremento en la riqueza nacional lleva a un aumento de la desigualdad. En cada población, la creación de riqueza se basa en una serie de apuestas con baja probabilidad de éxito. Por lo tanto, es natural que la riqueza nacional aumente con la riqueza de sus habitantes. Si tenemos a cien personas en un mundo donde se aplica la regla del 80/20, la riqueza adicional debería proceder de una sola persona, mientras que los cincuenta que siguen siendo pobres no aportan nada a la riqueza general. No es una ganancia de suma cero: si eliminamos a esa persona, la riqueza prácticamente no aumentará. Pero el resto se está beneficiando ya de la contribución que realiza una minoría.



Este tipo de personas, los IPI como Piketty, Krugman o Stiglitz, nunca se han molestado en preguntar a la mayoría social que dicen defender qué realidad les afecta. No son estos últimos los envidiosos. Estos tienen problemas reales que no se arreglan con quitar a los ricos parte de su riqueza. Porque de todos modos no se lo quitan a los ricos verdaderos, los que pagan sus ideas.


Solo los que no tienen capacidad de producir, y envidiosos de personas que no tienen títulos académicos, pero si ganan dinero, son capaces de crear narrativas como las de El capital del siglo XXI. Como siempre en la historia, han sido los burgueses y administrativos los que han señalado a otras clases burguesas exitosas o a ricos para robar lo que ellos consiguieron.


 Como suele suceder cuando los argumentos carecen de solidez y lógica, estos se esconden o rodean de tablas y gráficas que sirvan para sostener el relato que se expone. Esto no es sinónimo de rigurosidad. Más bien lo contrario, intentan confundir empirismo con flujo de datos. Y es así porque para refutar una teoría como para demostrar una razón, basta un único dato. La verdad.


En definitiva, su teoría es una manera de sustituir la verdad y confundir con lo complicado. Porque la probabilidad, la estadística y la ciencia de los datos son lógica alimentada por observaciones... y la ausencia de las mismas. Porque la estadística no tiene que ver con los datos sino con la claridad, el rigor y la necesidad de evitar ser engañados por el azar.



Una refutación personal desde aspectos menos científicos: filosófica y espiritual.



Thomas Piketty ha ofrecido al mundo contemporáneo una de las críticas más influyentes al capitalismo moderno. Su diagnóstico es claro: el sistema económico tiende a concentrar la riqueza en manos de unos pocos, reproduciendo desigualdades que, sin intervención estatal, se perpetúan y profundizan. Su célebre fórmula r > g —el retorno del capital supera el crecimiento económico— se ha convertido en un emblema de esta visión.


Sin embargo, desde una perspectiva filosófica y espiritual, esta mirada estructural, aunque valiosa, resulta insuficiente. No porque niegue hechos empíricos —la concentración de riqueza es real—, sino porque corre el riesgo de reducir la complejidad humana a una lógica de determinismos económicos. En su afán por denunciar la injusticia, Piketty parece olvidar que el ser humano no es solo un producto de estructuras, sino también un agente libre, capaz de trascenderlas.



Piketty se olvida de la dignidad del esfuerzo y la libertad interior y cuestiona la idea de que el esfuerzo individual baste para prosperar. Y, en efecto, la meritocracia absoluta es una ilusión peligrosa si no se reconoce la desigualdad de condiciones de partida. Pero de ahí no se sigue que el esfuerzo carezca de valor o que la libertad individual sea una ficción. Al contrario: la historia está llena de ejemplos de personas que, desde márgenes sociales, han transformado su destino a través de la perseverancia, la creatividad y la virtud.


Desde una mirada espiritual, el esfuerzo no es solo un medio para obtener bienes, sino una expresión del alma que busca realizar su vocación. La libertad no es meramente económica: es la capacidad de responder con sentido, incluso en condiciones adversas. Viktor Frankl, desde los campos de concentración, lo expresó con claridad: “al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias—”.


La justicia es consecuencia de discernimiento, lo difícil. Buscamos y aceptamos lo fácil, la igualación. Y en este último sentido se formula la propuesta de Piketty de imponer impuestos globales a la riqueza para corregir desequilibrios estructurales. Pero ¿es la redistribución masiva, por sí sola, una forma de justicia? ¿O puede convertirse en una nueva forma de poder, que sustituye la tiranía del capital por la del Estado?


La tradición filosófica distingue entre justicia distributiva y justicia conmutativa. La primera se refiere a la equidad en la asignación de bienes comunes; la segunda, al respeto de los pactos y méritos individuales.


Una sociedad justa no es aquella donde todos tienen lo mismo, sino aquella donde cada uno puede desarrollar su esencia sin ser aplastado por la necesidad ni por la imposición.


La espiritualidad cristiana, por ejemplo, no niega la importancia de compartir los bienes, pero lo hace desde la caridad, la comunión y la libertad, no desde la coacción fiscal o física. La justicia verdadera nace del corazón transformado, no solo de la ley impuesta.


Finalmente, Piketty se apoya en una antropología incompleta o parcial. La crítica más profunda a las tesis de Piketty es su antropología implícita. Al centrarse en estructuras, capital y crecimiento, corre el riesgo de reducir al ser humano a un homo economicus pasivo, víctima de sistemas que lo determinan. Pero el ser humano no es solo un consumidor o un productor: es un ser en búsqueda, un portador de sentido, un caminante entre el ser y la esencia.


Una crítica espiritual a Piketty no niega la necesidad de justicia estructural, pero exige una visión más alta del ser humano. Una que reconozca su libertad interior, su capacidad de sacrificio, su vocación trascendente. Porque sin esa dimensión, toda redistribución será insuficiente, y toda igualdad será estéril.


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Reflexiones desde la obra Jugarse la Piel de N.N. Taleb.

2 comentarios


blanco.fernan
25 nov

Partiendo de la base de que sólo conozco superficialmente la obra de Piketty, me da la sensación de que este reputado economista francés (o más bien economista de moda) tiende con frecuencia a olvidarse de diferenciar entre riqueza productiva y especulativa para acentuar en su público la percepción de la concentración de la riqueza; al tiempo que parte de la premisa simplista de los "asquerosos ricos" que son por naturaleza gente sin escrúpulos por el mero hecho de ser ricos, olvidando que gracias al capital acumulado e invertido por esos muchos de esos ricos se producen, entre otras cosas, avances en investigación y desarrollo de áreas tan dispares como sanidad, transporte, comunicaciones, energía, etc. que redundan en un mayor bienestar…

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yosorep
hace 5 días
Contestando a

Básicamente partimos de que este tipo de economistas no son buscadores de soluciones en la sociedad, sino de como aprovecharse de ella. Para ellos la riqueza está en el stock y no entienden o no quieren entender que esta en la capacidad de producir flujos, en la productividad. El stock de capital improductivo o parado no sirve de nada mientras no de satisfacción a las necesidades de alguien produciendo algo. Lo que si tiene claro que si el no produce nada ni tiene ese capital acumulado, la solución para el es quitárselo al que lo acumuló directamente o a través de la familia. En definitiva, lo que antes era pecado y se llamaba envidia, ahora lo llaman redistribución.

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