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El socialismo: política más que economía

  • yosorep
  • 21 nov
  • 5 Min. de lectura

Sobre un artículo del Instituto Mises, me permito un resumen y reflexión del mismo. El tema es interesante y es algo sobre lo que en muchas ocasiones he leído y debatido con otras personas. Y es la capacidad de renacer del socialismo que se sustenta en el relato y la narrativa, como un cuento que embauca a las personas que quieren creerse esta fe que es el socialismo.


Y es que durante más de un siglo, el socialismo se ha presentado como alternativa al capitalismo. Sin embargo, la experiencia histórica —desde la Unión Soviética hasta Cuba y Corea del Norte— mostró lo que Ludwig Von Mises ya había advertido: sin precios de mercado ni cálculo económico, las economías socialistas estaban condenadas al fracaso. Incluso intelectuales que defendieron el socialismo durante décadas, como Robert Heilbroner, terminaron reconociendo que el capitalismo, con todos sus defectos, organiza mejor la vida material.


Pero aquí aparece la paradoja: aunque como sistema económico el socialismo se hundió, como doctrina política sigue vivo y, de hecho, más popular que nunca. ¿Por qué? Porque no necesita demostrar eficacia productiva, sino ofrecer un relato moral y movilizador. Basta con prometer justicia, igualdad o “democracia económica” para ganar elecciones, aunque luego esas promesas no se cumplan.



El poder de la narrativa



Las élites académicas y mediáticas han reinterpretado los fracasos socialistas como virtudes. Lo que en el capitalismo se ve como pobreza o trabajo infantil, en el socialismo se presenta como vida sencilla o propósito colectivo. Es lo que Paul Hollander llamó “redefinición contextual”: cambiar el significado de los hechos según el marco ideológico. Así, el socialismo se sostiene más en símbolos y discursos que en resultados económicos. Venden ideales para dar miseria. Sobre el asunto escribe Paul Schlesinger:

 

En su descripción de los mecanismos del autoengaño, el profesor Hollander hace un uso eficaz del concepto de «redefinición contextual». Con ello se refiere a la forma en que las actividades se transforman e mente por su contexto, de modo que lo que es detestable en una sociedad se convierte en estimulante en otra. Así, el intelectual de izquierdas considera que cualquier sociedad basada en la propiedad estatal, independientemente de sus defectos superficiales, es esencialmente buena; cualquier sociedad basada en la propiedad privada, independientemente de sus atractivos superficiales, es esencialmente corrupta. La pobreza representa un vergonzoso fracaso del capitalismo, pero cuando se asocia con el igualitarismo y la subordinación de las necesidades materiales a las espirituales, expresa una forma de vida sencilla y sin corrupción. El trabajo manual es degradante en el capitalismo, pero ennoblecedor en el comunismo. El trabajo infantil es abominable en los Estados Unidos, pero en Cuba la imagen de niños trabajando 15 horas a la semana en el campo es símbolo de un propósito elevado y unificado. Como dijo una vez Angela Davis, «el trabajo de cortar caña se ha vuelto cualitativamente diferente desde la revolución». La redefinición contextual, escribe el profesor Hollander, también produce «una respuesta eufórica a objetos, imágenes o instituciones que en sí mismos no son nada destacables y que también se encuentran en las propias sociedades de los visitantes». «Hay algo emocionante en un tren ruso parado en una estación», escribió Waldo Frank. «La pequeña locomotora es humana... Los vagones deslucidos son humanos».

 


La moral frente a la economía



Autores como John Fea, desde la educación superior cristiana, defienden que el socialismo encarna la “sacralidad del hombre” y la única forma moral de organización social. Para ellos, lo importante no es el cálculo económico ni la producción, sino la intención. El capitalismo, en cambio, se describe como una religión degradante centrada en el beneficio. De este modo, la discusión se traslada del terreno económico a la moral: el socialismo se presenta como superior porque promete justicia, aunque no logre prosperidad.



Al respecto de la superioridad moral que se arroga, como jueces únicos los socialistas, Thomas Sowell dice:

 

Por lo general, es inútil intentar hablar de hechos y análisis a personas que disfrutan de una sensación de superioridad moral en su ignorancia.

 


Estrategia política

 


En la práctica, el socialismo actual se expresa sobre todo en el terreno electoral. Movimientos como los Socialistas Democráticos de América han encontrado en el Partido Demócrata un vehículo para ganar escaños y poder político. Lo que no logran en la economía lo compensan con influencia en las urnas. Su éxito no depende de resultados materiales, sino de la capacidad de presentarse como alternativa ética y de movilizar emociones colectivas.


Cabe señalar que ninguno de los socialistas cuando escribe aborda la economía desde la realidad. Eso, suponiendo que conocen de economía. Como dice Jeff Deist, los socialistas practican anti economía:

 

La anti economía... parte de la abundancia y trabaja hacia atrás. Hace hincapié en la redistribución, no en la producción, como su eje central. En el corazón de cualquier anti economía se encuentra una visión positivista del mundo, la suposición de que los individuos y las economías pueden ser controlados por decreto legislativo. Los mercados, que funcionan sin una organización centralizada, dan paso a la planificación, del mismo modo que el derecho consuetudinario da paso al derecho escrito. Esta visión prevalece especialmente entre los intelectuales de izquierda, que consideran que la economía no es en absoluto una ciencia, sino más bien un ejercicio pseudointelectual para justificar el capital y los intereses empresariales ricos.

 

El mensaje central es claro: el socialismo fracasó como economía, pero prospera como política. Su fuerza no está en producir bienes ni en organizar mercados, sino en ofrecer un relato moral que moviliza votos y simpatías. Por eso, más que un modelo económico, el socialismo funciona como una doctrina política que se alimenta de promesas y símbolos. Es una religión que viene a sustituir a las ya conocidas y en algunos casos con la mezcla con ellas.

 

La pregunta que queda abierta es si una ideología puede sostenerse indefinidamente sobre la retórica y la intención, sin resultados tangibles. En otras palabras: ¿puede sobrevivir un sistema que se apoya en la política, pero renuncia a la economía?


Parece que el socialismo está funcionando como un péndulo, que cuando pierde la fuerza de una mentira refutada por la realidad, se busca otra opción que sustituya la anterior. Antes era la lucha del proletariado, ahora son otras banderas, y mañana será lo que tenga que ser. Pero nunca cumple lo que promete moralmente y ni de lejos consigue lo mejoras económicas porque el que no sabe, ni puede ni podrá nunca.


Antes de dejar debajo el enlace del artículo, no me resisto a dejar escrito el final que William L. Anderson deja para rematar su artículo:


Al final, los socialistas son muy buenos discutiendo estrategias electorales, pero no economía. Hablan de sus atractivos candidatos y de las perspectivas de elegir a nuevos socialistas para ocupar cargos públicos. Lo que no pueden hacer es presentar una visión coherente de la economía y, cuando sean elegidos, no tendrán más éxito que los comisarios y planificadores económicos de la antigua Unión Soviética, que al menos tuvieron el buen sentido en 1991 de cerrar el negocio y apagar las luces.




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