Es Estado es recaudación
- yosorep
- 17 may
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De igual modo que sobre la creación del dinero se ha discutido sobre si su origen histórico es de carácter privado o por el contrario es una creación de las instituciones gobernantes, existen debates sobre el origen del estado. Pero existe una idea sobre el origen del Estado que no deja lugar a dudas sobre los intereses creados en torno al mismo. Intereses que, a mi modo de ver, son la génesis de la creatura que hoy nos domina.
Existen muchas teorías como he referido. Sin duda. Pero vengo a referir hoy la de un economista reputado y reconocido, que en muchos casos aparece en un limbo académico que desde mi punto de vista además de precederlo lo magnifica como referencia en la economía.
Es la figura de Joseph Schumpeter. Más conocido por su teoría de la destrucción creativa, que a mi modo de ver perfectamente le ha dado razón la historia con los hechos. Pero no conocida sin embargo es relevante entre su bibliografía una reflexión sobre el origen fiscal del Estado.
En su obra, La crisis del Estado fiscal, reflexiona y anticipa cosas que hoy en día son realidad. Y es que, con reflexiones como estas, Schumpeter se posiciona como referente economista político señalando que el origen del Estado está en la Hacienda y en los impuestos. Que su originario se confirma hoy día más que nunca en su afán recaudatorio.
Una obra, más si cabe actual en España, cuando nos deberíamos preguntar si no es un problema grave cómo el Estado obtiene sus ingresos y más aún cómo los administra.
Parece así que, en el mundo occidental, tras dos guerras importantes y seguidas, hemos sido capaces de caer en el engaño que en esta teoría supone que el Estado venga a resolvernos los problemas que se generan en el mundo. En mundo de ayer y en el de hoy. Cuando a mi modo de parecer, estos acontecimientos no dejan de venir del mismo problema que se aporta como solución. El Estado, sus necesidades, y en definitiva las necesidades del que lo controla.
Si nos remontamos hacia atrás, podríamos ver en Roma y su evolución, y más tarde en el caso del feudalismo de los siglos XII y siguientes, momentos de vuelta a la misma solución fracasada. Emperadores y monarcas, necesitados de dinero efectivo. Monedas de entonces, para hacer frente a necesidades que trascienden a sí mismos, pero que paradójicamente, mira tú por dónde, son de todos.
Cuando sus necesidades se relacionan con el miedo, un concepto de la Política como interés colectivo se encarnada en el Estado y de ahí nace una institución para gestionarla, justificativa y justificante: el Parlamento (o el senado entonces). Y desde entonces hasta ahora, el Estado se configura como una abstracción mental que incardina la representación de todos. El espíritu (no santo).
El Estado es quién concentra el interés de todos como interés general. Y quién se arroga, coactivamente y en base de la contribución de todos con sus impuestos impuestos, el poder de dirigir la vida de los demás. Si no directa al menos de manera más relevante de la que muchas veces se considera.
La mentira y el engaño está en que, en esta dinámica parlamentaria y democrática, la dinámica fiscal y sus impuestos es establecida por todos, acordada por todos, justa y necesaria. Y justamente en esa esencia sobrevive la forma política llamada Estado que desde hace siglos y hasta hoy preside nuestra existencia moderna y que tiene en el Parlamento pieza clave justificativa, y engaño subrepticio que permite identificar una obligación con un derecho.
Nuestra forma de gobierno actual ha evolucionado y sigue en evolución. Y en ese proceso en el que etapas liberales nos dieron mejores tiempos, permitieron épocas de libertad donde el estado ya no era una persona y las personas eran la referencia.
Esas luces permitieron que el Estado en la vuelta a la historia, y en la modernidad más cercana, tuviera controles. Así, y como un ejemplo fiscal, “el presupuesto parlamentario fue la respuesta que llega hasta nuestros días, y es el mecanismo legal del que se sirve la representación popular para dominar al ejecutivo y controlar su acción. El presupuesto es en el Estado Fiscal constitucional el medio de que se sirven los gobernados para imponer su voluntad a los gobernantes y obligarles a ejecutarla”. Pero cuando creíamos que un gobierno no puede gobernar sin presupuesto vemos que ya no es así.
Y en este punto. ¿No tenemos nada que decir? ¿Volveremos atrás para alejarnos de los cambios que están viniendo y hacen necesario un control del dinero que controla el Estado y que debiera orientarse hacia un futuro mejor de un país? En un mundo en el que la liquidez y afluencia de capitales se convierten en poderes salvajes no puede ser que se convierta en la única posibilidad de las personas que están en el Estado. Y que si nos dejamos, y no hacemos nada y lo discutimos críticamente, mucha de esas oportunidades pasarán.
Lo estamos viendo con el voto con los pies de miles de jóvenes. Con el desvío de inversiones a otros países, con la posibilidad de una destrucción de nuestra economía que debería ser de genuino interés general y generosa participación. De esto depende poder marcar un rumbo de futuro a nuestra economía y a nuestra sociedad. Un asunto que trasciende a los impuestos.
Un problema general que se hace específicamente presente en España, donde sucesivos gobiernos, en los últimos 20 años, han tenido como política fiscal un ansia recaudatoria sin parangón de la que me abstraigo poner números.
La preocupación de los sucesivos ministros de Hacienda de la democracia ha sido y es recaudar, recaudar y recaudar, y el único instrumento que les interesa es la Agencia Tributaria. A la que se le ha dotado de un músculo que ya quisiera la sanidad, la educación o la justicia.
Y desde el caso de Cristóbal Montoro hasta nuestras fechas, la obsesión recaudatoria, ha devenido en un deber de colaborar del ciudadano con presunción de culpabilidad fiscal, señalado de presunción de culpabilidad sin medios ni tiempo para refutar, salvo si eres rico. Sólo los que tienen dinero han sido capaces de demostrar la vergonzosa actividad del Estado fiscal a través de su Hacienda.
Los funcionarios, como vulgares alguaciles, han destruido la neutralidad del agente tributario a fuerza de atribuirle el estipendio sobre lo recaudado, es decir de la confesión de culpabilidad de un investigado aterrorizado. Fuera de esta labor de recaudar a cualquier precio, a la Hacienda Pública española no le interesa nada que se parezca a una justa reforma fiscal y ya ni siquiera se corta en advertir que la Hacienda Pública debe recaudar constitucionalmente, que está obligada a acordar antes tanto sobre qué se recauda cómo en qué se gasta lo recaudado.
La desvirtuación ideológica de nuestros partidos está aniquilando la política y dejando las estructuras político-ideológicas reducidas a meros instrumentos de poder carentes de otro interés que no sea el mando y la obediencia. Partidos que cada vez renuncian más descaradamente a hacer política, es decir a ocuparse del interés general, utilizan su posición para perpetuarse en el Gobierno a base de distribuir de manera clientelista los recursos de la hacienda pública recaudados de nuestro trabajo. El presupuesto deja de ser un elemento de política económica para convertirse en instrumento de reparto de prebendas y “enchufes” entre potenciales electores y deudores que sostienen clientelarmente a los gobernados. De instrumento de gobierno ideologizado pasa a convertirse en un mecanismo descarado destinado a la compra de electores. Y es cierto que el problema es común a todo el mundo democrático, pero en España.
Puede haber Estado sin constitución, por muy lamentable que esto sea, y con la misma constitución mal usada y manoseada, pero no puede haber un Estado sin fisco sustituido por el interés privado como nos enseña Schumpeter.
“Para Schumpeter, el Estado no es una institución pública idealizada que tiende al bien público, como la corriente dominante del pensamiento político clásico y progresista. Se trata más bien de una formación históricamente contingente, cuyo tamaño, forma y papel se definen principalmente por su capacidad para recaudar ingresos, especialmente a través de los impuestos. Y es en este núcleo fiscal, argumenta Schumpeter, donde se revela la verdadera naturaleza del Estado”.
Para no dilatarme más. Es hoy que se vuelve a mostrar el poder revelador de Schumpeter, que mira a la historia para descubrir las pautas de la sociedad. Sociedad complaciente y conformada con narrativas populistas que interesadamente venden políticos de oficio, con beneficio en su posición fiscal, coactiva y extractiva de la sociedad.
Miles de hechos y acontecimientos nos deberían preguntarnos qué futuro nos espera de este modo, si bien es cierto que la mayoría de las veces la historia las ha resuelto con el colapso. Y ahora hay muchas cosas que pueden colapsar o ya lo están haciendo: pensiones, vivienda, población y crecimiento, deuda, etc.….Y no pedimos cuentas.

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