Frédéric Bastiat y el papel invisible de los intermediarios
- yosorep
- 29 nov
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En el siglo XIX, Frédéric Bastiat defendió a los intermediarios —comerciantes, distribuidores, negociantes— frente a quienes los acusaban de ser meros especuladores. En su ensayo Lo que se ve y lo que no se ve (cap. 6), explicó que su función es esencial: conectar producción y consumo en una sociedad compleja.
En este caso a través de un artículo publicado en Instituto Mises de Ulrich Fromy, nos quiere aclarar qué importancia y sentido tiene los intermediarios en la producción de cualquiera de los servicios y sobre todo productos que hoy disponemos para consumir. Una lógica que no parece así en muchos casos cuando se presenta como una demonización que encarece las cosas que necesitamos, una suerte de especuladores enemigos del pueblo y adoradores del beneficio, en una narrativa cargada de ideología falsa y alejada de todo conocimiento de la economía, el comercio y las relaciones entre las personas.
Para ello será más fácil establecer cuatro ideas principales del artículo y el capítulo en cuestión del ensayo de Bastiat.
Alternativas al intercambio.
Bastiat escribe de manera literal y traducida lo siguiente:
“Cuando el estómago hambriento está en París y el maíz que puede satisfacerlo está en Odessa, el sufrimiento no puede cesar hasta que el maíz entre en contacto con el estómago. Hay tres medios por los que se puede efectuar este contacto. Primero, los hambrientos pueden ir ellos mismos a buscar el maíz. Segundo, pueden dejar esta tarea a aquellos a quienes les corresponde por su oficio. Tercero, pueden unirse y encargar la tarea a los funcionarios públicos”.
Esto es aparentemente tan sencillo como la realidad que permite entender que el hambre que existe en el mundo no es por dificultad de producción o por abundancia de alimentación. Más allá de otras complicaciones geopolíticas realmente importantes, incluido la capacidad económica, las posibilidades de la logística para alimentar a la población fue sobre todo en el pasado causa fundamental para la pobreza de entonces y la mejora de esa logística es la mejora del nivel de vida actual.
Bastiat plantea tres opciones para que el trigo de Odessa llegue al estómago en París que resumidas quedan en uno cada ciudadano lo busque, segundo que lo hagan profesionales del comercio, o en tercer lugar que lo gestione el Estado.
La primera es imposible por las circunstancias que rodean nuestra vida de tiempo, medios y conocimiento de mercados; la tercera, ineficiente y costosa ya que en un Estado como ya debemos saber más allá de imaginarnos, todos aquellos que seamos objetivos podremos entender que los funcionarios públicos carecen en su mayoría desde la propia capacidad de cálculo económico y empresarial, los problemas de agencia y los más conocidos históricos casos de ineficacia productiva y corrupción que son actualidad de la mayoría de las economías desde las social demócratas hasta las socialistas.
La segunda, la más natural y eficaz es la que ja demostrado funcionar desde que el propio Adam Smith defendiera el papel social que tiene el interés individual del comerciante y emprendedor que basa su beneficio en satisfacer de la mejor manera las necesidades de la sociedad en la que vive.
Crítica al socialismo.
Como demostrara la historia en el siglo XX, si bien el socialismo de algún modo siempre existió como manifiesta Antonio Escohotado en Los enemigos del comercio, Bastiat manifiesta mucho antes sobre las intenciones del socialismo que se convertía en ideología en su época de mediados del siglo XIX:
“Cuanto más examinamos estas escuelas avanzadas, más nos convencemos de que solo hay una cosa en su origen: la ignorancia que se proclama infalible y reclama el despotismo en nombre de esta infalibilidad”.
Bastiat entonces anticipa un siglo antes que Mises y Hayek la imposibilidad del cálculo económico centralizado. Comprende qué importante es el conocimiento y la imposibilidad de en un mundo complejo conocer como un genio todo en todo momento. Y que, aquellos que negaban admitir la ignorancia se aliaban en el Estado que, aunque incapaz de manejar toda la información dispersa en la sociedad sin caer en corrupción, injusticia y empobrecimiento, se arrogaban la capacidad para hacerlo para esconder su verdadera intención: el poder.
Valor de los intermediarios.
En la libertad del mercado los intermediarios y el comercio prestan un servicio a los consumidores finales realizando todo los trabajos y esfuerzos necesarios para dar acceso a los productos y servicios no disponibles de otro modo.
Su remuneración refleja servicios reales: logística, almacenamiento, riesgo y conocimiento del mercado. Son “coordinadores invisibles” que liberan tiempo y energía a productores y consumidores para a su vez desarrollar la labor que mejor conocen y atender al resto de necesidades de la comunidad en beneficio de todos.
El consumidor final lo que hace es reembolsar con el beneficio el riesgo dispuesto por el intermediario que ya tuvo que anticipar capital para pagar a productores, las maquinas y elementos de transporte, el trabajo de las personas y todo sin la certeza de que tenga la recompensa de siquiera la devolución de todos estos gastos.
.. el comercio, digo, se ve impulsado por sus propios intereses a estudiar las estaciones, a informar diariamente sobre el estado de las cosechas, a recibir información de todas partes del mundo, a prever las necesidades y a tomar precauciones de antemano.
Es la manera en que manifiesta Bastiat el papel de los intermediarios. Para el los intermediarios permiten la división del trabajo y la especialización que libera tiempo y energías además de eficiencia. Toda ella redunda en vidas mejores y en la creatividad que lleva al progreso. Genera una armonía que es el cuarto de los puntos que trata Bastiat.
Armonía social.
Por último, para Bastiat:
...la competencia que ellos [los intermediarios] crean entre sí los lleva de forma irresistible a hacer partícipes a los consumidores de los beneficios de esos ahorros realizados.
Bastiat subraya que la competencia entre intermediarios beneficia al consumidor, garantizando precios más bajos y calidad más alta. La libertad de transacción, los derechos de propiedad y el respeto a la individualidad son la base de esa armonía, que son los pilares del verdadero progreso de la sociedad en los últimos dos siglos largos desde que antes de sus palabras el proceso de comercio se hiciera libre en su época.
Todos los países libres e ilustrados, dice Bastiat, que acumulan la experiencia de los hombres que eligen la segunda opción de libre asociación han demostrado lo suficiente para que el fiel que inclina la balanza para que no quede otra opción que aceptar la bondad del comercio para la humanidad.
El mensaje de Bastiat sigue vigente: los intermediarios no son un obstáculo, sino un engranaje invisible que hace posible la cooperación social. En un mundo globalizado, donde la información y los bienes circulan a escala planetaria, su papel es aún más decisivo.
Bastiat nos recuerda que lo esencial suele ser invisible, como se dice en El Principito. Los comerciantes, distribuidores y negociantes no aparecen en los grandes relatos heroicos, pero sin ellos la vida cotidiana se detendría. Son como los puentes que unen orillas distantes, o como las venas que llevan alimento al cuerpo social.
En su defensa de los intermediarios late una intuición profunda: la libertad de transacción no es un mero mecanismo económico, sino una forma de confianza mutua. Cada intercambio es un acto de fe en que el otro cumplirá su parte, y esa red de actos invisibles sostiene la armonía social.
Así, lo que Bastiat llama “lo que no se ve” es precisamente lo que mantiene en pie la vida común. El trigo que viaja de Odessa a París, el libro que llega a nuestras manos, el alimento que aparece en la mesa: detrás de cada gesto cotidiano hay una constelación de intermediarios que, movidos por su propio interés, terminan sirviendo al bien de todos.
Quizá ahí resida la belleza de su pensamiento: en mostrarnos que la cooperación humana no necesita ser dirigida desde arriba, porque ya está inscrita en la libertad y en la búsqueda de sentido de cada individuo. Bastiat convierte lo invisible en visible, y nos invita a reconocer que la verdadera riqueza de la sociedad está en esa danza silenciosa de manos que se extienden unas hacia otras.




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