Hobbes, Taleb y el Estado como forma de cuidado o fragilidad.
- yosorep
- 11 nov
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Actualizado: 12 nov
En un reciente artículo publicado en el Instituto Mises, se hace una referencia y una reflexión interesante de cómo Hobbes en su obra Leviatán, hace una presentación de lo que hoy es el Estado.
Si bien para muchos no es el único defensor y causante de la génesis del Estado, pues ahí deberían dar la venia también personajes como Maquiavelo o Bodin podemos decir que Hobbes "fue el primer pensador occidental importante en articular y defender sistemáticamente el concepto de una autoridad gubernamental única y soberana con poder absoluto sobre un territorio definido. Hobbes argumentó de manera única que el Estado debía tener el monopolio de la coacción y la provisión de seguridad sobre un territorio geográfico específico".
Si bien entonces propone al Rey como el presidente de un Estado como los de hoy, no será este el foco, que lo será propiamente ese Estado. En aquella época cercana a la Ilustración y como científico lo hace desde una perspectiva racionalista, alejada de la religión y las tradiciones que rodeaba a la mayoría de ideas hasta entonces.
El artículo busca la refutación, que más allá de los hechos históricos consigue, se concibe en la propia teoría de Hobbes. Y para ello tendríamos que empezar por conocer cual es la razón y argumento principal por el que Hobbes defiende al Estado como solución para la gestión de la condición humana.
El propio Hobbes en sus palabras nos dice que :
"Y debido a que la condición del hombre... es una condición de guerra de todos contra todos, en cuyo caso cada uno se rige por su propia razón, y no hay nada que pueda utilizar que no le sirva de ayuda para preservar su vida frente a sus enemigos, se deduce que, en tal condición, todo hombre tiene derecho a todo, incluso al cuerpo de los demás. Y por lo tanto, mientras perdure este derecho natural de cada hombre a todo, no puede haber seguridad para ningún hombre (por muy fuerte o sabio que sea) de vivir el tiempo que la naturaleza normalmente permite a los hombres vivir".
Que podríamos resumir en que Hobbes asume que el potencial de agresión en la naturaleza humana
crea oportunidades de conflictos entre las personas o guerras regulares y que la consiguiente inseguridad requiere , por lo tanto, un monopolio de la violencia y una coerción sobre el territorio geográfico que debe proporcionarlo un Estado político centralizado.
Y conociendo a la historia de la humanidad, no cabe duda de que razones no le faltan en la percepción de la humanidad en la que los conflictos interpersonales fueron y siguen siendo un lastre para el progreso. Hobbes afirma que la paz y la cooperación mutua son los cimientos de la prosperidad, pero... para el dependen de una sola fuente: la seguridad.
Hobbes nos dice:
"La causa final, el fin o el diseño de los hombres (que naturalmente aman la libertad y el dominio sobre los demás) al introducir esa restricción sobre sí mismos (en la que los vemos vivir en comunidades) es la previsión de su propia preservación y de una vida más satisfactoria gracias a ello; es decir, de salir de esa miserable condición de guerra, que es la consecuencia necesaria... de las pasiones naturales de los hombres, cuando no hay un poder visible que los mantenga sometidos y los obligue, por temor al castigo, a cumplir sus pactos y a observar estas leyes de la naturaleza".
En una afirmación debatible, Hobbes nos dice por tanto que los hombres aman de manera también natural la libertad y el dominio sobre los demás. Y la realidad es que ni todos los hombres valoran la libertad, ni espiritual ni física, ni es cierto que no existe colaboración entre los hombres. Qué si no fue el origen y fundamento actual del comercio sino la libertad y la colaboración.
Por tanto la línea argumental de Hobbes se dirige a señalar el Estado como solución porque con el, teniendo en cuenta que el estado de naturaleza humana genera que todos tienen derecho a todo, incluso el cuerpo de los demás; que todos pueden hacer lo que consideren necesario para sobrevivir, nadie está a salvo del otro. Es solo el Estado quien puede garantizar la paz y la seguridad de los individuos que renuncian a libertad en favor del soberano absoluto que impone el orden.
Pero con la premisa que aceptemos, sin ser necesariamente cierta, de que la naturaleza humana es conflictiva, las conclusiones a las que llega no son lógicas, además de posiblemente innecesarias. Podemos comprobar que su proposición no resuelve el problema, sino que en muchos casos lo puede amplificar.
Fue Thomas Jefferson quien dijo:
"A veces se dice que no se puede confiar en el hombre para gobernarse a sí mismo. ¿Se le puede entonces confiar el gobierno de los demás? ¿O hemos encontrado ángeles en forma de reyes para gobernarlo? Dejemos que la historia responda a esta pregunta".
Y la historia ha respondido con multitud de ejemplos. La visión negativa de la naturaleza humana que señala Hobbes no está ausente en el aparato del Estado, que no es un ente elevado sino un conjunto de personas que toman el poder por el resto. Y esa investidura de poder político sobre personas con propia naturaleza humana nos permite preguntarnos si la naturaleza humana y la ausencia de Estado son malas ¿Qué podemos esperar de esa misma naturaleza humana que dirige a otros con el monopolio de la coacción?
Si entendemos que esa misma élite política-humana comparte naturaleza con el resto, y podemos esperar arbitrariedad y error en sus decisiones, solo queda investirlas de legalidad para poder hacer lo que hagan porque son nosotros desde el gobierno, y entonces todo lo que hace el gobierno "lo hacemos nosotros mismos a nosotros mismos".
Sobre esto último M. Rothbard dice:
"El útil término colectivo «nosotros» ha permitido camuflar ideológicamente la realidad de la vida política. Si «nosotros somos el gobierno», entonces cualquier cosa que el gobierno haga a un individuo no solo es justa y no tiránica, sino también «voluntaria» por parte del individuo en cuestión. Si el gobierno ha contraído una enorme deuda pública que debe pagarse gravando a un grupo en beneficio de otro, esta realidad de la carga se oculta diciendo que «nos lo debemos a nosotros mismos»; si el gobierno recluta a un hombre o lo encarcela por opiniones disidentes, entonces él «se lo está haciendo a sí mismo» y, por lo tanto, no ha ocurrido nada malo. Según este razonamiento, los judíos asesinados por el gobierno nazi no fueron asesinados, sino que debieron «suicidarse», ya que ellos eran el gobierno (elegido democráticamente) y, por lo tanto, todo lo que el gobierno les hizo fue voluntario por su parte".
El artículo termina concluyendo que el modelo de Estado de Hobbes lo que hace es otorgar a otros seres humanos constituido en casta política un poder desmesurado con cierta arbitrariedad y en muchos casos irresponsable sobre el resto. Y aunque Hobbes tenga razón en que los hombres aman la libertad al mismo tiempo que el dominio sobre los demás, la consideración legal de la casta política que dirige el Estado no ha resuelto el problema. Como Jefferson dijo, la historia lo señala, y cualquier delincuente ajusticiado por el Estado por alguna monstruosidad, no ha sido capaz de matar de hambre, o en la guerra, por poner solo dos ejemplos a miles y millones de personas.
Si Hobbes tenía razón sobre la naturaleza humana, parece que la solución del Estado no ha resuelto el problema. Y si se equivocó en la naturaleza humana, entonces su argumento es irrelevante.
Taleb y la paradoja del orden
Me permito, además de compartir estas ideas sobre el Estado desde la perspectiva de Hobbes, para hacernos preguntas, y en el caso concreto de esta entrada, relacionarlo con la filosofía práctica de N.N. Taleb.
Ya hemos indicado que Hobbes, en Leviatán, parte de una antropología del miedo: el ser humano, sin Estado, vive en un estado de guerra permanente. Para evitar ese caos, propone un pacto que transfiere el poder a una autoridad soberana —el Leviatán— que debe ser absoluto para garantizar orden. El fundamento del Estado, entonces, no es la virtud, sino la necesidad de seguridad.
Taleb, desde otra perspectiva, advierte que los sistemas que buscan eliminar el riesgo se vuelven frágiles. Una perspectiva nueva de la conveniencia o no del Estado. Porque en apariencia, un Estado que centraliza todo poder puede parecer robusto, pero si no permite el aprendizaje desde el desorden, se vuelve vulnerable. La antifragilidad, en cambio, nace de la exposición controlada al caos.
Podríamos hacernos preguntas tales como ¿puede el Estado ser más que un monstruo necesario? ¿Puede ser una forma humilde de cuidado mutuo, que metabolice el riesgo sin sofocar la libertad?
¿Puede el orden nacer del miedo sin volverse frágil?
Thomas Hobbes, en Leviatán, propone que el Estado surge como respuesta al caos: un pacto fundado en el temor, donde los individuos ceden su poder a una autoridad soberana que garantice seguridad. Pero ¿qué ocurre cuando el orden se construye sobre la supresión del riesgo? ¿No se vuelve entonces incapaz de adaptarse, de aprender, de vivir?
Aquí ya podríamos hacer una introducción a la respuesta con la teoría de la destrucción creativa de Schumpeter. De la que se deduce que el progreso nunca vino de la protección, sino del lado del emprendimiento.
Pero siguiendo con Taleb, desde otra orilla, nos recuerda que los sistemas que se protegen demasiado del desorden se vuelven frágiles. La antifragilidad —esa capacidad de crecer ante el estrés— requiere exposición, descentralización, y una relación más humilde con la incertidumbre. En este cruce, se abre una pregunta que no es solo política, sino espiritual: ¿puede el Estado ser una forma de cuidado mutuo sin convertirse en un Leviatán que devora la esencia?
Este breve ensayo te anima a explorar esa tensión: entre el orden que protege y el orden que petrifica; entre el miedo que funda y el riesgo que transforma; entre el ser que obedece y el ser que discierne.
Taleb, desde otra orilla, nos advierte contra los sistemas que buscan eliminar el riesgo a toda costa. En Antifrágil, sostiene que los entornos que se protegen demasiado del caos se vuelven frágiles. El Leviatán de Hobbes, al monopolizar la violencia y la decisión, puede parecer robusto, pero ¿no corre el riesgo de volverse opaco, ineficiente, incluso tiránico?
Taleb no niega la necesidad de estructura, pero propone que los sistemas verdaderamente vivos aprenden del desorden. En vez de blindarse contra el error, lo metabolizan. En vez de centralizar el poder, lo distribuyen. En vez de suprimir la incertidumbre, la convierten en maestra.
Aplicación actual: orden vs antifragilidad en instituciones
Hoy podríamos mirar en algunas instituciones para poder observar lo que planteo. Cómo esta tensión se manifiesta en múltiples ámbitos:
1. Bancos centrales y política monetaria
Hobbes diría: centralizar el poder para evitar el caos financiero.
Taleb respondería: demasiada intervención genera fragilidad sistémica, como vimos en la crisis de 2008.
Ejemplo: la creación de mecanismos como el Quantitative Easing puede estabilizar a corto plazo, pero si se vuelve norma, erosiona la capacidad del sistema de autorregularse.
2. Gobiernos ante pandemias
Hobbes: confinamientos estrictos para preservar la vida.
Taleb: sistemas locales, adaptativos, que aprendan del error y no dependan de una única fuente de verdad.
Ejemplo: países con estructuras descentralizadas (como Suiza) mostraron mayor flexibilidad que aquellos con órdenes verticales y rígidos.
3. Redes sociales y libertad de expresión
Hobbes: regular para evitar el caos informativo.
Taleb: permitir la fricción, el debate, el error —porque de ahí emerge la resiliencia cognitiva.
Ejemplo: plataformas que censuran en exceso pueden crear cámaras de eco, mientras que aquellas que permiten disenso (aunque incómodo) fomentan aprendizaje colectivo.
Estos son algunos casos, porque podríamos hablar de algunas instituciones más como la familiar o las religiosas. Pero es un trabajo para ti, lector.
Tal vez el verdadero pacto no sea entre individuos que temen, sino entre seres que reconocen su vulnerabilidad y deciden cuidarse mutuamente. Tal vez el Estado no deba ser un monstruo que nos domina, sino una forma que nos recuerda que el caos no siempre es enemigo, y que la esencia se cultiva mejor en el riesgo compartido que en la obediencia impuesta.




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