La Fed en jaque: poder, narrativa y el olvido de jugarse la piel.
- yosorep
- 9 nov
- 3 Min. de lectura

Sobre la publicación de un articulo hace unos días, describo lo que en mi opinión supone un asalto de nuevo a las libertades. Con independencia del valor que técnicamente pueda tener la FED, detrás de todo este movimiento, hay detalles que trascienden ese valor.
La Reserva Federal, institución que durante décadas ha encarnado la independencia técnica frente al poder político, se encuentra en una encrucijada. Donald Trump no solo planea reemplazar a Jerome Powell cuando finalice su mandato en mayo de 2026. Su estrategia va más allá: busca reconfigurar el sistema desde dentro, colonizar el tablero completo convirtiéndolo en una partida de ajedrez aprendida, y hacer de la política monetaria en un instrumento más de su voluntad ejecutiva.
El foco mediático se posa sobre los nombres que podrían suceder a Powell —Kevin Hassett, Scott Bessent, Christopher Waller, entre otros—, pero el verdadero movimiento ocurre en las sombras: la renovación simultánea de los 12 presidentes regionales de la Fed en febrero de 2026, el poder de veto de la junta, y las maniobras legales para destituir a miembros incómodos como Lisa Cook.
Los presidentes regionales tienen mandatos de cinco años, y lo inusual es que se renuevan todos al mismo tiempo. En febrero de 2026, los 12 cargos estarán sobre la mesa. Aunque la junta de gobernadores tiene poder de veto sobre estos nombramientos, ese poder nunca se ha ejercido. Trump podría ser el primero en hacerlo, si logra una mayoría en el Board. Lo que era una cláusula de estabilidad podría convertirse en una palanca de control.
Trump ya controla 3 de los 7 asientos del Board. Si logra remover a Cook y colocar aliados en los cargos vacantes, tendrá mayoría en el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC), el órgano que decide los tipos de interés. No se trata solo de cambiar nombres: se trata de cambiar el modo mismo de jugar la partida de ajedrez, alejando la incertidumbre de poder decidir para dejar de jugar al póker.
La Reserva Federal no es un monolito. Su política monetaria se decide en el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC), compuesto por 19 miembros: los 7 del Board de Gobernadores y 12 presidentes regionales de los bancos de la Fed. Sin embargo, solo 12 votan en cada reunión: los 7 del Board y 5 presidentes regionales, que rotan anualmente, salvo el presidente de la Fed de Nueva York, que siempre vota. Esta rotación busca evitar la concentración de poder, pero también abre una ventana para influencias políticas si se controla el Board.
Pero ¿Qué revela esta maniobra? Que el poder ya no se disfraza de técnica, sino que se exhibe como voluntad. Que la independencia institucional, ese valor que parecía sagrado, puede ser erosionado por la lógica del incentivo. Y que la política monetaria, lejos de ser neutra, está cada vez más cerca de convertirse en narrativa.
Como diría Taleb, el problema no es que se tomen decisiones arriesgadas, sino que se tomen sin jugarse la piel. Ninguno de los arquitectos de este jaque mate sufrirá las consecuencias directas de sus movimientos.
El riesgo, como siempre, se transfiere a los ciudadanos, a los mercados, a la confianza. Y eso, en términos éticos, es una forma de injusticia: actuar sin asumir el peso de lo que se provoca.
La Fed, diseñada para operar “en la niebla” cuando los datos escasean, podría terminar operando en la oscuridad de la voluntad política. Y si Estados Unidos pierde su banco central independiente, ¿por qué deberían conservarlo otros países?
La Fed fue diseñada para ser independiente del poder político, con mandatos largos y escalonados que impiden que un solo presidente la controle. Esta arquitectura institucional ha sido vista como garantía de estabilidad monetaria. Pero como toda estructura, depende de la voluntad de quienes la habitan. Si se fuerza el sistema desde dentro, la independencia puede volverse una ficción.
La pregunta no es si Trump puede hacerlo. La pregunta es si deberíamos permitir que el poder se ejerza sin más desde la complaciente mirada de todos además de, sin jugarse la piel. Porque cuando el poder se convierte en relato, y el relato en dogma, lo que se pierde no es solo la técnica: es la verdad.



Comentarios