Lo que se ve y lo que no se ve: Frederic Bastiat. (parte I).
- yosorep
- 30 nov
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Claude Frédéric Bastiat (1801‑1850), nacido en Bayona y fallecido en Roma, fue uno de los grandes representantes del liberalismo clásico. Aunque su carrera pública comenzó relativamente tarde, se convirtió en un polemista brillante y en un defensor incansable del libre comercio y de la cooperación social. Fue diputado en la Asamblea Nacional francesa y miembro activo de la llamada Escuela liberal francesa.
Su obra más conocida, Lo que se ve y lo que no se ve (1848), introduce la célebre parábola de la ventana rota, con la que explica que las políticas económicas deben juzgarse no solo por sus efectos inmediatos y visibles, sino también por sus consecuencias invisibles y a largo plazo. Bastiat insistía en que la riqueza de una nación no surge de la destrucción ni del gasto improductivo, sino de la producción útil y voluntaria.
Además de este ensayo, escribió textos como La ley y la Petición de los fabricantes de velas, donde criticaba con humor las pretensiones proteccionistas y el intervencionismo estatal. Su pensamiento anticipó conceptos modernos como el costo de oportunidad y fue retomado más tarde por autores como Henry Hazlitt y la tradición liberal del siglo XX.
Con ejemplos sencillos y metáforas cotidianas como los que veremos en las próximas entradas de la ventana rota, el licenciamiento de tropas, los impuestos y otros, enseñó a ver lo invisible en economía. Su propósito era que los ciudadanos comprendieran que detrás de cada política hay costos ocultos y que la verdadera armonía social se alcanza cuando el Estado protege la libertad y la propiedad, pero no sustituye la iniciativa de los individuos.
Bastiat en su ensayo Lo que se ve y lo que no se ve, abre su reflexión con una advertencia: en economía, como en la vida, todo acto genera una cadena de efectos. El primero es inmediato y visible; los demás, más profundos y duraderos, permanecen ocultos a simple vista. El mal economista se detiene en lo que se ve; el buen economista se esfuerza por prever lo que no se ve. Lo normal es pararnos en los primeros y buscar la solución desconociendo o en algunos casos ignorando las consecuencias por motivos de agencia o interés en el corto plazo.
La diferencia es decisiva: lo que parece un beneficio momentáneo puede traer consigo males duraderos, mientras que un sacrificio pasajero puede abrir la puerta a bienes más grandes y perdurables. Bastiat extiende esta lógica a la salud, las artes y la moral: los hábitos placenteros en el corto plazo —la pereza, la prodigalidad— suelen esconder consecuencias amargas. Y es que Bastiat se adelanta a tantos economistas y ensayistas posteriores, de corte liberal, que comprendían que la iatrogenia o el efecto secundario no es algo baladí a la hora de tomar decisiones con principios honrados.
La humanidad, nos dice, aprende primero por la experiencia, que es eficaz pero brutal: nos quemamos para saber que el fuego quema. Bastiat aspira a sustituir ese método rudo por otro más suave: la previsión. Su propósito es mostrar, en economía, los efectos invisibles junto a los visibles, para que el juicio no se quede en la superficie. Y si bien la previsión no resuelve el problema de la incertidumbre o la complejidad, si al menos la tiene en cuenta, y como Taleb nos enseña en su bibliografía, tenemos una opción para sustituir la previsión que no debe eludir esa actividad. Esa opción es la antifragilidad, entendida como la capacitación o actitud para no solo prepararse para los eventos adversos, sino aprovecharlos a tu favor. Eso, es un grado superior de previsión.
Este inicio es casi un manifiesto pedagógico: Bastiat quiere enseñar a mirar más allá de lo inmediato, a ejercitar la previsión como forma de sabiduría y actitud decisoria que mira el largo plazo. Su obra es, en el fondo, una invitación al discernimiento: aprender a ver lo invisible, a reconocer que la verdadera ciencia —y la verdadera vida— no se mide por lo que brilla en el instante, sino por lo que permanece en el tiempo.
La parábola de la ventana rota.
Frédéric Bastiat, concretamente del célebre ensayo Lo que se ve y lo que no se ve (1848), presenta a través de una parábola una narración que se convirtió en una de las ilustraciones más conocidas de la economía clásica y liberal. Exponemos de manera casi literal lo que Bastiat nos dice en esta parábola, usando como referencia un artículo de 2019 del Instituto Mises:
“¿Alguna vez ha visto la ira del buen tendero, Jaime B., cuando su descuidado hijo rompió un cristal? Si usted ha estado presente en tal espectáculo, seguramente atestiguará el hecho de que cada uno de los espectadores, incluso treinta de ellos, de común acuerdo aparentemente, ofrecieron al desafortunado dueño este invariable consuelo: «No hay mal que por bien no venga. Así se fomenta la industria. Todo el mundo tiene derecho a la vida. ¿Qué sería de los vidrieros si nadie rompiese cristales?»
Pues bien, en esta formulación subyace toda una teoría en la que conviene percibir un flagrante delito (si bien, en este caso, leve), pero que es exactamente la misma que, por desgracia, gobierna la mayoría de nuestras instituciones económicas. Suponiendo que haya que gastar seis francos en la reparación del desperfecto, si se mantiene que, gracias a ello, ese dinero ingresa en la industria vidriera, la cual se ve favorecida en tal cantidad, estaré de acuerdo y sin nada que objetar, pues el razonamiento es válido. Vendrá el vidriero, hará su trabajo y cobrará los seis francos, frotándose las manos y bendiciendo en su fuero interno la torpeza del chico. Esto es lo que se ve.
Mas, si por vía de deducción se quiere significar, como sucede con demasiada frecuencia, que es útil romper las ventanas porque de este modo circula el dinero fomentando la industria en general, habré de objetar que, siendo cierto que semejante teoría se ocupa de lo que se ve, pasa por alto lo que no se ve.
No se ve que, puesto que nuestro hombre se ha gastado seis francos en una cosa, ya no los podrá gastar en ninguna otra. No se ve que, de no haber tenido que reponer la ventana, habría repuesto, por ejemplo, su calzado, o tal vez habría adquirido un libro para su biblioteca. Es decir, que hubiera dispuesto de seis francos para emplearlos en cualquier cosa.
Hagamos las cuentas de la industria en general. Con la rotura de la ventana, la industria vidriera recibe un estímulo a razón de seis francos: esto es lo que se ve.
De no haberse roto la ventana, la industria del calzado (o la de cualquier otro ramo) se habría beneficiado de ese dinero: esto es lo que no se ve.
Y si se tomase en consideración lo que no se ve, por ser un hecho negativo, lo mismo que lo que se ve, por ser un hecho positivo, se comprendería que la industria en general, o el conjunto del trabajo nacional, no tiene el menor interés en que se rompan o dejen de romperse las ventanas.
Ahora consideremos al mismo Jaime B. En la primera hipótesis, que es la de la ventana rota, el hombre gasta seis francos y obtiene de nuevo lo que ya poseía. En la segunda, si el incidente no se hubiera producido, habría invertido los seis francos en calzado y tendría en su poder, además de la ventana, un par de zapatos. Y como Jaime B. forma parte de la sociedad, hay que concluir que, tomada en su conjunto, y calculando el trabajo y su producto, la sociedad ha perdido el valor de la ventana rota.
Consecuencia que, si generalizamos, nos lleva a la inesperada conclusión de que la sociedad pierde el valor de los objetos destruidos inútilmente; o al enunciado, para pasmo de los proteccionistas, de que romper y derrochar no estimulan el trabajo nacional; o a la sencilla afirmación de que la destrucción no conlleva beneficio.
Me gustaría conocer lo que al respecto puedan decir el Moniteur Industriel los partidarios del buen señor de Saint-Chamans, quien con tanta exactitud calculó lo que ganaría la industria, si ardiese todo París, por las casas que habría que reedificar.
Estoy consternado por desbaratar sus ingeniosos cálculos, cuyo espíritu ha introducido en nuestra legislación. Pero le suplicaría que las echara de nuevo, esta vez teniendo en cuenta lo que no se ve junto a lo que se ve.
Es necesario que el lector considere que en el breve drama que acabo de someter a su atención no hay solamente dos personajes, sino tres. El primero, Jaime B., representa al consumidor, limitado a un solo goce en lugar de los dos de que disponía antes de la destrucción. El otro, personificado en el vidriero, representa al productor, a quien el accidente fomenta su industria. El último es el zapatero (u otro industrial cualquiera), cuyo trabajo pierde en estímulo otro tanto de lo que el anterior ha ganado y precisamente por la misma causa. Este tercer personaje, a quien se mantiene siempre en la oscuridad y que representa lo que no se ve, es un término necesario del problema. Es el que nos hace comprender el gran absurdo que hay en ver un beneficio en la destrucción. El que nos ha de demostrar en breve que no es menos absurdo esperar un beneficio de la restricción, que, al fin y al cabo, no es más que una destrucción parcial. De manera que, si se examina el fondo de todos los argumentos que en su favor se emplean, no encontraremos más que una paráfrasis del dicho vulgar: ¿qué sería de los vidrieros si nunca se rompiesen las ventanas?”
Las conclusiones de Lo que se ve y lo que no se ve
Bastiat distingue entre los efectos inmediatos y visibles de un acto económico y los efectos ulteriores, invisibles pero decisivos.
El mal economista se queda en lo que se ve; el buen economista prevé también lo que no se ve.
La parábola de la ventana rota
Un niño rompe el cristal de un tendero. Los espectadores consuelan al padre diciendo que “así se fomenta la industria” porque el vidriero gana trabajo.
Lo que se ve: el vidriero recibe seis francos y la industria vidriera se beneficia.
Lo que no se ve: el tendero pierde la oportunidad de gastar esos seis francos en zapatos o libros. La sociedad, en conjunto, queda más pobre: tiene una ventana reparada en vez de una ventana más unos zapatos.
La enseñanza
La destrucción no genera riqueza: solo desplaza recursos de un sector a otro.
El argumento de que “romper estimula la economía” es un error que se repite en muchas políticas públicas, como el proteccionismo o el gasto improductivo.
Bastiat muestra que siempre hay un “tercer personaje” oculto (el zapatero, el librero, etc.) que representa lo que no se ve y que revela la pérdida real.
El mainstream de la economía, alejada de las líneas liberales y la Escuela Austríaca, se mantiene y vende la ilusión de que el gasto forzado o la destrucción puedan ser motores de prosperidad. Por ello algunos economistas han llegado a decir que la guerra es buena, porque esa destrucción generará una actividad económica. Me reservo de opinar…, basta lo que Bastiat nos invita al mirar más allá de lo inmediato, a ejercitar la previsión en lugar de aprender solo por la dura experiencia.
Su lección sigue vigente porque es la única que entiende cómo funciona la realidad universal y su complejidad. Así se manifiesta en:
En economía: no basta con contabilizar el beneficio visible de una medida; hay que considerar los costos ocultos y las oportunidades perdidas.
En la vida cotidiana: lo que parece un mal menor puede esconder un daño mayor, y lo que parece un sacrificio puede abrir la puerta a un bien duradero.
En definitiva, Bastiat nos recuerda que la verdadera riqueza no surge de rehacer lo destruido, sino de crear lo nuevo. La única destrucción que sirve al progreso es la destrucción creativa de Schumpeter, que mejora las condiciones de la sociedad.
Por concluir, Bastiat nos invita a mirar más allá del cristal roto y del consuelo fácil de los transeúntes. Lo que se ve es el vidriero trabajando; lo que no se ve es el zapatero que pierde su cliente, el libro que nunca se compra, la riqueza que nunca se crea.
La lección es sencilla y profunda: la destrucción nunca es progreso, solo disfraz de pérdida. La verdadera prosperidad surge cuando los recursos se destinan a construir lo nuevo, no a rehacer lo que ya existía.
Quizá la pregunta que nos deja Bastiat sea esta: ¿queremos una sociedad que viva del ruido de los cristales rotos, o una sociedad que se atreva a ver lo invisible y a sembrar lo duradero?
“La riqueza no nace de rehacer lo destruido, sino de crear lo que aún no existe.”
Quizá la pregunta que nos deja es esta: ¿seremos capaces de vivir atentos a lo que no se ve, para que nuestra libertad y nuestro trabajo no se pierdan en el espejismo de lo momentáneo?




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