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Los impuestos – Bastiat y la ilusión del gasto público

  • yosorep
  • hace 2 días
  • 10 Min. de lectura


 

Frédéric Bastiat, en su célebre ensayo Lo que se ve y lo que no se ve (1848), dedica el capítulo III a desmontar uno de los sofismas más persistentes: la idea de que los impuestos son una lluvia fecunda que multiplica la riqueza nacional. Con ironía y claridad, muestra que lo que parece prosperidad es, en realidad, un desplazamiento de recursos que empobrece a la sociedad cuando no financia funciones útiles.

 

“En tiempos donde se celebra el gasto público como motor de prosperidad, conviene recordar que no toda lluvia fecunda nace de manantiales: a veces es sólo agua desviada del campo que más la necesita.”

 


Bastiat no critica las funciones públicas necesarias. Si el funcionario presta un servicio real, el intercambio es legítimo, como pagar a un zapatero por unos zapatos. Lo que denuncia es la creación de funciones inútiles, justificadas solo porque “dan empleo” o “fomentan la industria”. En ese caso, el impuesto se convierte en un robo legal: el contribuyente paga, pero no recibe nada a cambio.


Bastiat señala una referencia o criterio de juicio en la utilidad, que de manera recurrente señala situaciones de suspenso de la función pública. En España vivimos casos recientes en el que el Estado se ha mostrado fallido. Y una de las razones de ellas es porque las funciones de agencia y los motivos personales de los que se dicen gobernadores de la sociedad son los que funcionan de manera común.

 

Pero para ello vamos a ver el texto en su integridad para desgranar lo que Bastiat nos quiere decir:

 

 

Los impuestos

 

“Se oye decir alguna vez que los impuestos son la inversión más rentable, una especie de rocío fecundo que ayuda a vivir a muchas familias y que repercute favorablemente sobre la industria. En definitiva, que es lo infinito, la vida.


Para combatir esta doctrina, he de reproducir la refutación anterior. La economía política sabe perfectamente que sus argumentos no resultan tan divertidos como para que se les pueda aplicar el repetita placent. Así pues, ha alterado el aforismo a su conveniencia, convencida de que, en sus labios, repetita docent.


El beneficio que encuentran los funcionarios cuando cobran sus haberes es lo que se ve. El que redunda para sus proveedores es, todavía, lo que se ve. Esto salta a la vista.


Pero la desventaja que los contribuyentes sienten al tener que afrontarlo es lo que no se ve, y el perjuicio resultante para sus proveedores es lo que no se verá nunca, aunque esto hay que verlo con los ojos del espíritu.


Cuando un funcionario público gasta en provecho propio cinco francos más, es porque un contribuyente gasta en provecho propio cinco francos menos. El gasto del funcionario se ve, porque se verifica; pero el del contribuyente no se ve, porque, ¡ay!, se le impide realizarlo”.

 

Bastiat vuelve a introducir entre estas palabras el concepto invisible para la mayoría que señala tan bien como parte fundamental de las decisiones: el coste de oportunidad. Empieza a desmontar con su argumentación desde la parábola la mirada corta que la mayoría de la gente toma para decidir o entender las cosas, como la economía, y que los interesados políticos y economistas omiten para desarrollar sus narrativas y de camino "enseñarles", cuando quizás quiere decir adoctrinar.

 

…” Suele compararse la nación con un terreno árido, mientras que los impuestos serían como una lluvia fecunda: aceptémoslo. Pero deberíamos preguntarnos dónde están los manantiales de esa lluvia, y si no será la contribución la que absorbe la humedad del suelo, y, por lo tanto, la causa de su aridez”...

 

Deberíamos preguntarnos críticamente por las cosas y parte de esa crítica la puede facilitar la educación. La educación y la crítica son enemigas de los que quieren que veas solo una parte de la realidad. Y el terreno árido no lo es porque sí, sino porque se le han quitado todas las fuentes de irrigación y atracción de la riqueza del agua a través de los impuestos. Se vende el bosque para comprar agua envasada que se derrama al terreno.

 

…” Deberíamos preguntarnos también si es posible que el suelo reciba por medio de la lluvia una cantidad de esa preciosa agua, igual a la que ha perdido por medio de la evaporación”...

 

Pero como se evapora el agua del suelo hacia el cielo, en ese proceso se pierde parte de esa riqueza que proviene del agua. Se ha perdido la eficiencia que promovía el bosque, la vegetación y la experiencia que la empresarialidad aplica al ciclo de la economía.

 

…”Lo que no admite duda es que, cuando Jaime B. da cinco francos al recaudador, no recibe nada a cambio. Y que, cuando después los gaste el funcionario y reviertan así al ciudadano, aquél recibirá un valor igual en productos o en trabajo. El resultado definitivo es una pérdida de cinco francos para Jaime B.

Es cierto que a veces (tantas como se quiera) el funcionario público presta a Jaime B. un servicio equivalente. En este caso, no hay pérdida por una ni, por otra parte, sino trueque. Por lo tanto, mi argumentación no se dirige en modo alguno a las funciones útiles. Lo que digo es: si se pretende crear una función, demuéstrese antes su utilidad. Demuéstrese que vale para Jaime B., por los servicios que le presta, el equivalente de lo que le cuesta. Pero, haciendo abstracción de esa utilidad intrínseca, no se invoquen como argumento las ventajas que proporciona al funcionario, a su familia y a sus proveedores, ni se alegue que favorece el trabajo”...

 

Aquí viene un problema que se agrava hoy día. El ciudadano contribuyente que paga los impuestos desconoce y no participa en la aplicación de sus impuestos. No conoce a qué se aplica y la utilidad que recibe la sociedad por ello. Y en esa oscuridad los políticos ejercen su magia para evaporar el agua desde la fuente contribuyente camino de los gastos públicos. La conjugación de la indolencia ideológica sumada con la educación controlada, entre otros, permitirá argumentar las decisiones de los gobernantes: repetita docent.

 

…” Cuando Jaime B. da cinco francos a un funcionario a cambio de un servicio realmente útil, sucede exactamente lo mismo que cuando se los da a un zapatero a cambio de un par de zapatos: es un toma y daca y, por lo tanto, quedan en paz.


Pero cuando Jaime B. da cinco francos a un funcionario para no recibir servicio alguno, y aun para que lo mortifique, es como si se los diera a un ladrón. Poco importa decir que el funcionario gastará esos cinco francos en provecho del trabajo nacional: otro tanto hubiera hecho el ladrón, incluso el mismo Jaime B., de no haberse encontrado con un parásito legal o extralegal.

 

Aquí vemos con la educación y diplomacia con la que trata Bastiat a los políticos y el Estado al señalar la acción de la recaudación como parecido a un robo. Como si su propia denominación, impuesto, no llevase dentro lo que significa, imposición, coacción y fuerza.

 

…” Acostumbrémonos, pues, a juzgar las cosas no sólo por lo que se ve, sino por lo que no se ve. El año pasado pertenecí a la comisión de Hacienda, pues, con la Asamblea Constituyente, los miembros de la oposición no eran excluidos sistemáticamente de todas las comisiones. En este aspecto, la Constituyente obraba con mucho acierto. Oímos al señor Thiers decir: «He pasado mi vida combatiendo a los hombres del partido legitimista y a los del partido clerical. Desde que el peligro común nos ha aproximado, desde que frecuento su trato y los conozco y hablamos cordialmente, he visto que no son aquellos monstruos que me había figurado».


En efecto, la desconfianza se exagera, los odios se enconan entre los partidos que no se entremezclan; y si la mayoría permitía que penetrasen en el seno de las comisiones algunos miembros de la minoría, tal vez era porque unos y otros reconocían que ni sus ideas ni sus intenciones eran tan contrapuestas como se podía pensar”...

 

Me parece interesante reflexionar sobre dos detalles políticos que se señalan es estos párrafos: el uso de la confrontación y polarización política para conseguir objetivos políticos y como señala a las minorías y su posibilidad de decidir, algo señalado por Taleb en su idea de la regla del poder de las minorías…


 

…” Como quiera que fuese, el año pasado pertenecí a la comisión de Hacienda. Siempre que alguno de sus miembros hablaba de reducir a una cantidad módica los sueldos del Presidente de la República, de los ministros y de los embajadores, le contestaban:


«Por el bien del propio servicio, es preciso que ciertas funciones posean brillo y dignidad. Sólo así podrán ser desempeñadas por las personas que las ostentan. Acude mucha gente al Presidente de la República en demanda de un remedio para sus desgracias, y se vería situado en una posición muy penosa si no se le facilitasen los medios para mitigarlas. El papel de los gobiernos representativos se fundamenta en determinadas representaciones en los salones ministeriales y diplomáticos, etc., etc.»


Aunque tales argumentos se prestan a la controversia, son merecedores de un profundo examen, pues demuestran una preocupación por el bien público, mejor o peor entendido. Por mi parte, les doy más importancia que muchos Catones, a los que mueve un mezquino espíritu de tacañería o de envidia. Pero lo que subleva mi conciencia de economista, lo que me avergüenza, por el prestigio intelectual de mi país, es ver que se llega (y se llega con frecuencia) a trivialidades absurdas, que siempre son bien acogidas:

«Por lo demás, el lujo de los grandes funcionarios fomenta las artes, la industria, el trabajo. El Jefe del Estado y sus ministros no pueden organizar festines y veladas sin hacer circular la vida por todas las venas del cuerpo social. Reducir sus honorarios es devaluar la industria parisiense y, de rebote, la industria nacional.»


Por amor de Dios, señores, respeten al menos la aritmética y no vengan a decir ante la Asamblea Nacional de Francia, que puede llegar a reprobarlo, que una suma da un resultado distinto según se haga la operación de arriba abajo o de abajo arriba.

 


La verdadera aritmética de la economía es sencilla: dos y dos son cuatro, aunque los discursos quieran hacernos creer lo contrario. Esta es la conclusión resumen de este conjunto de párrafos, donde se denuncia que, sin ser denunciantes sin soluciones como Catón, no deja de ser cierto que las narrativas no justifican que solo miremos a lo que se ve en el corto plano y conveniente para los gestores de poder.


Por muy mínimo que pudiera ser aceptado el Estado como solución y que lo justifique, siempre debe ser responsable, razonable y eficiente en el uso de los recursos, ya que estos son detraídos de propietarios que tiene asignados previamente un uso que suele tener un contrastado beneficio social al tiempo que se ajusta al propio beneficio y riesgo asumido así como a la moral.


Bastiat no critica las funciones públicas útiles: si el funcionario presta un servicio real, el intercambio es legítimo. Lo que denuncia es la creación de funciones inútiles, justificadas solo porque “dan empleo” o “fomentan la industria”.

 

…” Escúchenme: yo voy a hacer un contrato con un peón para que por cinco francos abra una zanja en mi campo. Al cerrar el trato, se presenta el cobrador de contribuciones, me reclama mis cinco francos y se los entrega al ministro del Interior. Mi contrato no se realiza, pero el ministro pondrá un plato más en una cena. No se puede mantener que semejante dispendio oficial constituya un estímulo para la industria nacional. ¿No se comprende que de ello sólo deriva una simple desviación de satisfacción y de trabajo? Es cierto que un ministro tendrá su mesa mejor provista, pero no lo es menos que un agricultor tendrá un campo peor roturado. Estoy de acuerdo en que un restaurante parisino habrá ganado cinco francos, pero no se me podrá discutir que un peón provinciano habrá dejado de ganar asimismo cinco francos. Todo lo que se puede decir es que el plato oficial y el hostelero satisfecho son lo que se ve, y que el campo anegado y el peón en paro son lo que no se ve” …

 

Las cuentas son claras, y el capitalismo lo ha demostrado en 250 años. Los impuestos se gastan en su gran mayoría. Sin dejar de asumir que tienen una parte de productividad, de capacidad de colaboración social, sus rendimientos son ineficientes, carecen del cálculo económico que se obliga la persona que genera los ingresos, que asume el riesgo, y que pone a disposición capital y esfuerzo para atender lo que la sociedad demanda. El trabajo y la producción perdida y productiva que permite poner ese plato en la mesa del empresario que se arriesga, no del funcionario que recauda para la dudosa producción.


Argumentar que el lujo oficial estimula las artes es una falacia: lo que gana un restaurante parisino lo pierde un peón provinciano, y normalmente ninguno de los usos es lineal o proporcional, sin embargo, suele ser en sentidos opuestos. El uso del peón suele tener una productividad mayor que uno y la del funcionario menor que uno.

 

¡Cuánto trabajo para probar, en economía política, que dos y dos son cuatro! Y cuando lo consigues, te dicen: «Está tan claro que resulta aburrido.» Pero, al votar, obrarán como si nada se les hubiera probado.

 

 

  

Lo que se ve: el funcionario y sus proveedores.



  • El funcionario cobra su sueldo y lo gasta.

  • Sus proveedores se benefician.

  • A primera vista, parece que los impuestos “fomentan la industria” y sostienen la vida económica.

 

Lo que no se ve: el contribuyente y el trabajo perdido.



  • Cada franco que recibe el funcionario es un franco que el contribuyente no puede gastar en zapatos, libros o mejoras productivas. Se detraen recursos para consumo y para inversión.


  • El resultado neto es una pérdida: el ministro añade un plato a su mesa, pero el agricultor deja su campo sin roturar. En el primer caso no añadimos ningún tipo de productividad y no redunda en beneficio de la sociedad, salvo en la de funcionario y proveedor. Cinco francos gastados en un banquete son cinco francos menos en producción útil. La suma es la misma, pero el resultado es distinto: un gasto improductivo en lugar de un valor creado.


  • La riqueza no aumenta, simplemente se ha desplazado. Algunos defendían que el lujo de los grandes funcionarios fomentaba las artes y la industria. Bastiat responde con aritmética sencilla: lo que gana un restaurante parisino lo pierde un peón provinciano.


 

La enseñanza para hoy.



  1. Los impuestos solo se justifican cuando financian funciones útiles. Muchas externalidades hacen improductivos los impuestos.


  2. No confundir movimiento de dinero con creación de riqueza. La narrativa olvida las matemáticas y se abona a la magia del trilerismo. La clave está en la utilidad del servicio público: si el gasto responde a una necesidad real, es un intercambio justo; si no, es un desvío de recursos que empobrece a la sociedad.


  3. Cada impuesto implica un coste de oportunidad, un uso alternativo del dinero que se pierde. 

 

Bastiat nos recuerda que la riqueza no surge de desplazar el gasto, sino de crear valor real. El banquete del ministro es lo que se ve; el campo sin roturar es lo que no se ve.


“La prosperidad no nace de la mesa bien servida del funcionario, sino del trabajo fecundo del ciudadano.”


“La riqueza no surge de desplazar el gasto, sino de crear valor real.”


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Hoy, como en tiempos de Bastiat, el contribuyente desconoce el destino de sus impuestos. La opacidad y la retórica política convierten el sacrificio legítimo en sofisma económico. La pregunta sigue abierta: ¿financiamos funciones útiles o alimentamos un lujo improductivo?



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